martes, 19 de abril de 2005

Kilos de más

El jueves pasado comencé de nuevo mi lucha particular contra la báscula. Por suerte (o por desgracia) no lo hago por una cuestión de estética, sino de salud. No me importa estar gorda, sin embargo, mi espalda no opina igual.

Quien no ha estado gordo no sabe lo que supone mantener a raya las fuerzas para no caer en la tentación de la comida. Y por gordo, me refiero a pesar, al menos, 15 kilos más de tu peso ideal. Ahora mismo, yo supero mi peso ideal en 20 kilos.

Hace unas semanas, Buenafuente, en su programa, bromeaba acerca del “metabolismo”. El mío es un poco capullo, me hace tener la epidemia de los países desarrollados de s. XXI. Hasta los 6 años mi padre me llamaba “lagartija”, porque era alta y escuálida. De repente, empezó a cambiar mi metabolismo: me fui poniendo gordita y seguí creciendo el altura. Así, el día de mi primera comunión, era “la más desarrollada” (eufemismo que me encanta, os lo juro).

A los 10 años empecé a jugar a balonmano y mi crecimiento se estabilizó un poco; con 11 años ya medía 1’68 m (mi estatura actual) y pesaba unos 68 kilos (y ya me compraba la ropa en la sección adulta de Zara). Sin embargo, en cuanto dejé los entrenamientos diarios a los 16 años, empecé a engordar considerablemente.

De nada me ha servido hacer aeróbic, gimnasia de mantenimiento o natación, la grasa se ha ido acumulando en mis caderas, mi glúteos, mis muslos, mis brazos, mi abdomen… Y esos kilos de más han ido debilitando mi espalda poco a poco, hasta tal punto que recuerdo que me estudié Dº Penal I acostada en la cama, rota de dolor por el lumbago.

En aquel momento hice un intento de adelgazar con un endocrino y perdí unos 5 kilos, pero los recuperé al poco, a la vez que iba engordando cada vez más. La alarma llegó un día en el dolor fue tan grande que estuve 15 días acostada, casi sin poder moverme.

Decidí entonces ponerme en manos de un “especialista” y adelgazar en serio. Acudí a la consulta muy afamada en Murcia por sus buenos resultados y mediante una dieta disociada perdí 23 kilos en un año, logrando llegar a los 68 de mis 11 años. Durante todo ese tiempo no mezclé proteínas con hidratos de carbono y cualquier azúcar estaba terminantemente prohibido (fue horroroso no poder comer tarta el día de mi cumpleaños, hacía un mes que estaba a dieta y no me lo “permitía” el régimen). Adelgacé, sí, pero empezaron a peligrar mis niveles de potasio, de ácido úrico y de glucosa, que bajaron por los suelos. Además, recuerdo que no comí un solo plato de pasta, legumbres o arroz en todo un año.

Cuando llegué a los 68 kilos, tras mucho esfuerzo, me estanqué y dejé de adelgazar. Subía un kilo un mes, bajaba medio, volvía a subir 400 gramos, bajaba 800… Cuando les dije que lo dejaba, que no aguantaba más, que las dietas eran cada vez más estrictas (nada de leche, ni de pan, ni de carnes rojas…) y que, psicológicamente, no aguantaba, me dijeron que bueno, que ellos no me daban el alta, que era yo la que abandonaba el tratamiento.

Entonces comencé a tener de nuevo un ritmo normal de comidas, con la mezcla de proteínas e hidratos de carbono. Resultado: en 2 años he engordado 17 kilos.

Yo reconozco que tengo un problema con la comida. Me encanta comer. Y mi umbral de saciedad es muy alto, como mucho. Además, lo que más me gusta es lo que más me engorda: el chocolate, el bizcocho, los dulces de repostería, el pan, las patatas, los embutidos, el queso, las empanadillas… Y me cuesta mucho “controlarme”, no comer una onza de chocolate al terminar de comer o un trozo de bizcocho antes de dormir. Hay veces en las que no lo puedo hacer, mi mente es consciente de que lo que estoy haciendo está mal y no me beneficia, pero el otro lado de mi mente le contesta que le da igual, que seré más feliz y estaré satisfecha si repito con ese trozo de pizza o si me almuerzo una napolitana de chocolate. En esa lucha interna, pierde mi salud y ganga mi gula.

De nuevo, vuelvo a tener problemas de espalda y cada vez más a menudo tengo más dificultades para encontrar ropa de mi talla que no parezca de “vieja” (otro inconveniente de vivir en provincias). Lo de las tallas es un mundo aparta, da para escribir otro capítulo.

Así que creo que ha llegado la hora de volver a ponerse a dieta. Intentaré hacerlo por mi cuenta, privándome de las cosas que más me gustan. Sé que me volveré apática, triste, borde y sarcástica… pero estaré más delgada.

martes, 5 de abril de 2005

Maneras de trabajar

La semana pasada estrenaron en una cadena de televisión una nueva serie sobre abogados españoles. Por curiosidad con el medio (mi medio) me puse a verla y, como no, a sacarle defectos (no lo puedo evitar).

Al principio, un boxeador se encuentra en un club de alterne con una chica muerta en la bañera. No recuerda nada. Se instruye el caso, interrogando al acusado (el boxeador) y a los posibles testigos. Dos días después se celebra juicio, con jurado incluido. Que nadie se piense que la instrucción de un caso por homicidio dura 3 días. No, ni mucho menos. Sólo quiero daros dos apuntes muy breves sobre Dº Penal:

1. La investigación de un caso la lleva un juzgado de instrucción y, la misma, puede durar meses o años (dependiendo de cómo sea el delito). Os aseguro que un delito de homicidio tarda bastante en instruirse (esto es, en investigarse). A su cargo, dicho juzgado tendrá la policía judicial, para que recopilen todas las pruebas, en coordinación con los comisarios. La policía judicial la pueden formar policías nacionales, pero también guardias civiles (sobre todo fuera de las ciudades grandes).

2. El enjuiciamiento de un caso lo lleva un juzgado de lo penal. La base de esta separación es el evitar la contaminación del juez que juzga si ha sido instructor. Esto es, si yo he sido parte integrante de la investigación, no soy lo suficientemente neutral como para enjuiciar a alguien.Un ejemplo claro de todo esto puede ser el juez Baltasar Garzón. Él es Juez de Instrucción, sobre todo lleva asuntos terroristas, lleva a cabo la dirección de la investigación, pero nunca juzga los casos de etarras que lleva, eso lo hace otro juez.

Otro aspecto de la serie que me dejó “prendada” fue un juicio laboral, en el que se discutía un accidente de trabajo. Un trabajador se marea en una obra y se cae, con la mala suerte de que no hay ni redes de protección para evitar caídas, ni cascos ni arneses para todos los trabajadores (exigidos por la Ley de Prevención de Riesgos Laborales). Mira, para una cosa que va como la seda en nuestra justicia, van y me lo alargan 3 días. Ni hasta los juicios laborales más enrevesados duran tanto. Estamos ante la niña bonita de la Justicia, por preservar algo tan digno y tan importante como el trabajo, la mayoría de juzgados van rapidísimos en la instrucción y en la celebración de juicio (en Murcia, a lo sumo, todo se resuelve en unos 2 ó 3 meses). Por supuesto, la celebración in situ del juicio también es muy rápida. Ni en el hipotético caso de que hubiese sido un accidente grave como el que se reflejaba en la serie, se habría tardado más de unas 2 ó 3 horas (y estoy exagerando mucho). Por supuesto, si un testigo declara, el resto que aún no lo han hecho se esperan en la puerta, porque si entran dentro, su declaración se verá viciada.

La composición de los jueces que salen… es la risa, de verdad, deberían pasarse por unos juzgados, para ver cómo son los tribunales, porque así, como ellos los reflejan, no lo son. No todos los tribunales están formados por varios jueces, en realidad, en la mayoría sólo hay un juez, la persona que se sienta al lado es el secretario judicial (levanta acta del juicio y da validez a todos los asuntos tratados). Y no todos llevan puñetas (los encajes blancos en las mangas de la toga), sólo cuando se es magistrado (tienes que hacer concurso-oposición para serlo, en plan interno).

Y nadie se acerca al estrado en plan americano a hablar con el juez, allí nadie se levanta de la silla. Al menos lo de las togas se lo han empollado: se la ponen para los juicios… Y espero que no sean tan cutres como para poner un mazo de madera, en España, lo que se utiliza para llamar al orden son las campanas y, después de haber visto casi 100 juicios (entre mis prácticas y mis juicios) ni una sola vez he visto tocar la campana. Impone mucho que un juez te levante la voz para imponer orden o para decirte que no sigas preguntando.

Ahora, en el plano práctico, un ejemplo que me tocó sufrir en mis propias “can-nes”. El pasado mes de Enero viví una situación esperpéntica en el Juzgado Penal nº 2 de Murcia. Yo tenía un juicio de faltas por agresión sin lesión (o sea, nada de nada, difícilísimo de demostrar, menos que nada) señalado a las 9:40 y acabé entrando a la sala a las 11:40. ¿El motivo? Aún no me ha quedado muy claro. Yo no sé cómo se organizan el trabajo en dicho Juzgado, pero, incomprensiblemente se había señalado un delito de falsedad documental a primera hora, las 9:30. La falsedad documental en un juicio supone una práctica de la prueba que no se resuelve en 10 minutos. Entonces, ¿para qué porras señalan 10 minutos después más juicios?

En las dos horas que esperé me dio tiempo a desesperarme, a pasearme, a tomarme un té, a hablar con mis clientes e, incluso, llegué a un acuerdo con la parte contraria (y al final evitamos celebrar el juicio, que tiene cojones…). Había compañeros allí que estaban por juicios de tráfico, otros por lesiones... Allí nos fuimos concentrando gente y más gente y más gente...

Claro, en este juzgado son incapaces de poner el orden del día de los juicios en la puerta y, después, de tratarte con un poquito de respeto, el mismo que ellos te exigen cuando vas a preguntarles algo.

En fin, creo que es el peor juzgado de Murcia, con la organización más caótica que existe (lo de sus funcionarios es para escribir un libro), por no hablar de las maneras que se gasta, de vez en cuando, la jueza titular. Una joya, vamos. Lo peor es que tengo que escudarme en la cortesía, para poder seguir tratando con ellos, porque, aunque ahora mismo no tengo ningún asunto pendiente con ellos, seguro que lo tendré en el futuro. Sólo espero que se vaya la jueza que hay y que, en un futuro, venga algún otr@ con más ganas y empuje para poner orden en la lentitud de la Justicia española.

martes, 29 de marzo de 2005

Sobre la incapacidad de abrazar (o maneras de padres e hijos)

El pasado fin de semana estuve en la casa de la playa de mis padres con unos amigos: A. B., C. y F. Habíamos ido al Puerto de Mazarrón (Murcia), porque eran las fiestas de San José y M Clan tocaba en la playa de gratis y, como nos gusta mucho a todos, propuse mi casa como cuartel general.

Después del concierto, ante la duda de si salir o no, decidimos ir primero a casa a tomar unas copas y luego ya veríamos. Nos sentamos alrededor de la mesa y nos pusimos a hablar, de mil cosas. No sé cómo, la conversación derivó hacia el trato que tenemos como amigos. Que si nos llamamos a menudo, que si nos queremos mucho… En esto, que nos ponemos en el sofá A. B., C.y yo, que me planté en medio y nos echamos la manta por encima. C. me cogió de la mano por debajo de la manta y A. B. dijo algo así como que las manos quietas… Yo me eché a reír y le dije que no sabía tener trato físico con la gente. Ella, con su aire chulesco (que es la risa) me suelta una de sus frases favoritas, algo así como “¿pero qué me estás contando?”. Yo le dije que no sabía abrazar.

Es una de las personas en las que más confío, a la que puedo pedirle cualquier cosa y sé que hará todo lo posible para conseguírmela, pero no sabe abrazar e, instintivamente, rechaza el contacto físico. Le dije que ella nunca tocaba a la gente, ni se dejaba tocar con facilidad, el simple roce le produce cierto rechazo. Entonces le preguntamos si de pequeña sus padres la abrazaban, la besaban, la tocaban… Y me dice que de qué coño le estoy hablando, si su madre es una chapada a la antigua que con 5 años la metió en un colegio de monjas sin niños hasta los 17, que por supuesto que su madre no la abrazaba y su padre tampoco.

En ese momento me acordé de cómo compartía los fines de semana la cama con mi padre cuando mi madre se iba a trabajar al hospital y de la de veces que me he bañado con ellos o con mis hermanos en la ducha. Resulta que C. y F. también habían tenido ese tipo de contacto con sus padres y hermanos y ella se justificó diciendo que es que nosotros éramos de pueblo.

De pueblo o no, lo que es cierto y verdad es que A. B. fue una niña con poco afecto físico en su infancia y ahora no sabe demostrar su amor por los demás con afecto físico. Reconoció que en sus relaciones con chicos, todos le han dicho que es muy fría, que nunca va de la mano de un novio, que no se besa en público…

Yo reconozco que soy muy de besos y de cariñitos y de abrazos, no sólo con mis parejas, sino con mis amigos en general. Beso todas las mañanas a mi padre cuando coincidimos en el aseo, a mi madre cuando se levanta, a la abuela (si está despierta) cuando me voy. Y cuando llego a mediodía, el ritual es el mismo: más besos.

Si estoy mucho tiempo sin ver a un amig@ o a uno de mis prim@s, lo primero que hago es besarl@ y darle un buen abrazo, para ver si siento los latidos de su corazón (no siempre se consigue, sobre todo si es chica, chocan los pechos).

Lo ideal sería terminar diciendo que todo es fruto de la educación de mis padres, aunque puede no ser verdad. Mi hermana es igual que yo, pero mi hermano no soporta un beso de nadie de la familia, aunque puede ser debido a su pasado de niño-enfermo-ingresado-en-hospital y de la cantidad de besos que tuvo que soportar durante años.

Por lo tanto, lo mejor es terminar diciendo que abracéis a vuestros hijos, porque es una de las maneras más bellas que existen para expresar el amor. Y porque a mí me encanta que me abracen y quiero que vuestros hijos sean capaces de abrazarme un día de éstos…

viernes, 18 de marzo de 2005

El miedo a vivir

Hace un par de días me encontré con una vecina en el autobús. Ha estudiado Derecho como yo y, a veces, conversamos sobre temas relacionados con ello. Ella está separada de su marido y tiene una hija de unos 8 ó 9 años y, actualmente, no trabaja, prepara unas oposiciones a la Comunidad Autónoma de Murcia. Nos sentamos juntas y empezamos a hablar de cómo me iba en mi trabajo. Empecé diciéndole que estaba muy contenta y que llevaba ahora mismo un atraso importante en un par de asuntos por culpa de los expedientes de regularización de extranjeros.

La conversación fue derivando hacia el tema de extranjería y ella, que es una persona de carné del PSOE, me iba sorprendiendo cada vez más con sus comentarios. Que si hay que empezar a cambiar de acera cuando viene algún extranjero, que si es una vergüenza que se dejen plazas en los colegios para niños extranjeros, que si no se integran en nuestra cultura para nada… Poco a poco me di cuenta que no hablaba ella realmente, sino el miedo.

En la zona en la que vivimos, estamos algo alejados del centro del pueblo. Vamos, que yo ando quinientos metros en dirección este y llego antes al término del pueblo de al lado que al centro del mío. Además, detrás de mi casa no hay más construcciones y empieza una finca más o menos extensa, con pinos, frutales, paleras, una casa vieja… Justo detrás de mi casa hay un enorme almendro, sus ramas rozan la tapia de mi patio.

En la parte alta del barrio, está la “Milla de Oro”. Es donde viven los ricos del pueblo, con chalés más o menos aparentes, no es la Moraleja, pero todos tienen piscina. Hace unos 6 meses, uno de ellos fue atracado con los dueños dentro. Lo típico: mataron al perro con un filete con veneno y saltaron la valla. La alarma se fue enseguida a la porra. Durmieron a los dueños y, en un tiempo muy breve, saquearon lo que encontraron de valor y se fueron en un impresionante Audi A6 que sacaron de la cochera.

Mi vecina decía que era típico de la mafias del Este y que si en mi casa no teníamos miedo. “¿Por qué?” le pregunté. “Por si os entran y os hacen algo”. Le contesté que no podemos vivir con miedo.

Si viviera con miedo no haría nada. Ni siquiera saldría de la cama. Hay multitud de cosas que te puede pasar en tu propia casa: una caída en la bañera, quemarte friendo un huevo, que se te caiga un vaso y te cortes… Por no hablar de lo que puede ocurrir fuera: accidentes de coches, atracos en un banco, que te roben el coche, que te hagas un esguince por una caída mientras corres…

Pero si me quedo en casa o reprimo mis salidas por el miedo a qué me pasará, no viviré plenamente, viviré en una angustia de no saber qué ocurrirá. Dejaría de disfrutar de las cosas de la vida: no viajaría a Madrid en tren porque ha habido dos accidentes muy graves en mi línea en los últimos años, no me bañaría en la playa porque todos los años muere alguien ahogado en Mazarrón, no comería en restaurantes porque puedo coger una salmonelosis. Ni siquiera trabajaría como abogada, porque puede asaltarme uno de mis clientes delincuentes.

No me considero una persona temeraria, al revés, soy bastante responsable, pero no me preocupan las “cosas”, los “accidentes” que me puedan pasar. Soy la única de mi casa que no cierra la puerta con llave por la noche al ir a acostarnos y, en verano, duermo con la ventana abierta de mi habitación, aunque dé directamente a la calle (vivo en una vivienda de planta baja). Si me voy a la playa con el coche, me preocupo de que esté bien, pero no voy con el temor de que vaya a tener un accidente, con las manos engarrotadas en el volante y sudando sangre. Si salgo de noche, no me importa volver sola al lugar donde he aparcado, aunque sean las 5 de la madrugada.

Sinceramente, no entiendo a las personas que viven con ese miedo al “qué pasará”. Y me he dado cuenta de que estoy rodeada de ellas y de sus miedos: mi madre y la seguridad urbana, mi hermana y los terremotos, mi padre y mi integridad física de mujer, mi abuela y el agua de la piscina, mi vecina y los extranjeros…

Si por cada miedo de cada persona que me rodea hubiera hecho lo que me decían no habría viajado nunca, no habría estudiado más allá del instituto, no tendría carné de conducir, no utilizaría un ordenador, no habría montado en bicicleta nunca, no me habría ido a la montaña con mis amigos… En definitiva, creo que no hubiera vivido.

lunes, 14 de marzo de 2005

¿Es posible la amistad entre hombres y mujeres?

La semana pasada limpié y ordené a fondo mi habitación. Hacía meses que lo de daba un repaso así y tardé varias horas, porque fui quitando libro por libro (tengo entre 150 y 175 libros aproximadamente). Además, tardé tanto porque fueron saliendo “cosas” de entre los libros.

Una de mis manías estúpidas es esconder papeles entre libro y libro: una servilleta dedicada por mi amigo Jesús, de cuando estuvimos en una casa rural todo el grupo, el papelito de reserva de habitación del hotel, de cuando estuve en Londres, separadores de libros, flyers de propaganda, cartas...

Pues, precisamente, fueron las cartas sin guardar lo que me hizo abrir mis cajas de cartas y hacer un “repaso” a todos los amigos con los que, en algún momento, he mantenido correspondencia. Empecé por los más cercanos: José Luis, Pilar, Ros, Carol, Esther, Iñaki... Fui releyendo y ordenando cartas y postales de hace varios años y varios eventos: los viajes de José Luis en verano con sus padres, las cartas que Esther me escribía cuando estaba de bajón, todas las postales de cumpleaños y de navidad que me ha mandado Carol, las felicitaciones “caseras” de Ros... Fue bonito recordar viejos tiempos...

Pero, en la misma caja en la que estaban las postales de Ros y Pilar, aparecieron las de M. y G. Los dos últimos fueron amigos míos muy cercanos, en distintos períodos temporales. Actualmente están casados la una con el otro. Conocí a M. en la playa y luego coincidimos en la carrera durante 3 años. Fue en ese tiempo de estudios universitarios cuando nos hicimos íntimas. G. vino a nuestras vidas en 3º de carrera, provenía de Valladolid. Se integró rápidamente en nuestro grupo e hicimos buenas migas los dos. Pronto se prendó de la belleza de M. y, durante años, fue tras ella. Yo repetí 3º de carrera, junto con G. y durante algunos años nos hicimos inseparables. Mientras tanto, en ese tiempo (3 ó 4 años) nos lo contábamos todo, incluidas sus actuaciones tendentes a conseguir el amor de M. Hace unos 4 años, M. se decidió a darle una oportunidad y comenzaron a salir. Entonces yo perdí dos amigos, a los que no he vuelto a recuperar. La relación con ambos se cortó de manera tajante, por parte de ellos. Ya no salían con la gente del grupo de la carrera, ni se les veía en la playa con los demás, sólo existían el uno para la otra y la otra para el uno. Una pena, porque tuve con ambos una buena relación. El caso es que, como ya no me aportaban nada, decidí tirar sus cartas, postales y notas que nos pasábamos durante las clases aburridas. Ahora hay más sitio en la caja.

Luego, también aparecieron las de Paco. Él también es amigo de la playa y vecino cercano a María, amigo de Esther y Carol del instituto y con el que me carteé durante casi dos años semanalmente. Vivimos a unos 8 kilómetros, pero, a pesar de todo, a él le encantaba escribirme y contarme sus penas. Tenemos la misma edad, pero nos diferencian 2 años de estudios, los que pasó el de más en el instituto. El caso es que, cuando yo estaba en 3º de carrera, él entró a la Universidad. Con el paso del tiempo, las cartas se fueron distanciando y dejé de recibirlas cuando él empezó a salir con una compañera de clase. Otro que desapareció de mi vida. También he tirado sus cartas, ya no me aportan nada.

Luego revisé cartas de gente con la que aún me relaciono. Leí los correos de Iñaki desde Rótterdam, de cuando estaba de Erasmus o los de Pepe, cuando, también de Erasmus, me escribía “Ciao Cara Mia” desde Bari. El caso es que me di cuenta de una cosa: he tenido relaciones de amistad muy profundas con varios chicos: Pepe, José Luis, Gonzalo, Paco, Iñaki... Pero sólo ha perdurado una, la de José Luis, el resto, cuando ha entrado el componente “novia de” en la ecuación, el resultado ha salido negativo. Con algunos ha sido tan negativo que he perdido todo contacto, con otros, la relación que queda es más superficial. Y con José Luis sólo ha perdurado por un pequeño detalle: es homosexual y, su primera pareja fue un familiar mio cercano. La segunda aún está “de prueba”, no sé cómo reaccionará V. (su nuevo novio) ante la relación que mantenemos, pero, no creo que vea “peligro” en mí.

Por lo tanto, mi conclusión a la pregunta que da título a este BA es que no, no es posible la amistad (como relación de amistad íntima) entre los hombres y las mujeres, siempre caerá hacia un lado u otro la balanza por el componente de los celos. En mi caso, no se han dado los celos, ni por mi parte, ni por los de mi pareja, entre otras cosas, porque el único “novio” que he tenido me duró tan poco (unos 5 meses) que apenas nos dio tiempo a sentir celos. Por cierto, también he tirado sus cartas.

Ahora hay más espacio físico y, poco a poco, lo habrá mental, porque, como no hay relación, sé que los iré olvidando, las relaciones son como las plantas, si no las cuidas, se mueren.

viernes, 4 de febrero de 2005

Viernes literario

La aportación de esta semana viene en forma de prosa. La autora de este trozo de libro se llama Lourdes Ventura y es autora de las novelas "Fuera de Temporada" (1994), "Donde nadie nos encuentre" (1997), "Casa de Amantes" (2000) y "El poeta sin párpados" (2002). Ha publicado el ensayo "La Tiranía de la Belleza" (2000) y tiene una reconocida trayectoria como estudiosa de la literatura escrita por mujeres.

El trozo que os mando está sacado de “El poeta sin párpados”, obra en la que recrea una relación de amor deliciosa entre Bécquer y una joven de buena familia. La historia la cuenta una descendiente adolescente de la mujer, que descubre unos diarios con tapas de nácar y unos hechos que la llevan al Romanticismo del siglo XIX. El lenguaje en la novela es muy coloquial, con párrafos que suben y bajan de intensidad, como una conversación con una amiga. Espero que os guste tanto como a mí.

“Hay venas por las que palpitan expresiones como te quiero, I love you, Je t’aime, y esos murmullos de caña de azúcar corren por todo el cuerpo, deseando encontrar un modo de salir y cuando por fin se acercan a la boca brotan a la vez que los violines de una orquesta cíngara, y algunos hombres y algunas mujeres dicen: qué delicia este bolero, este reloj no marques las horas, qué delicia te recuerdo cómo eras en el último otoño, Neruda, qué delicia, qué encantador love me tender, los Beatles, Violeta de La Traviata, con esas ojeras desesperadas, Alejandro Sanz, corazón partío, todas las canciones de amor de la historia, todas las antologías de las mejores poesís sentimentales en todas las lenguas, llámame sólo amor, y me bautizaré de nuevo, amor; mi estación, lo dio Sylvia Plath en un libro que le he quitado a mi madre. Hay venas por las que corre a ratos esa dicha de las palabras apasionadas, y hay otras venas en tinieblas, mudas, con la sangre silenciosa, con el miedo en la punta de la lengua, mejor no decir I love you, te quiero, Je t’aime, qué pesadez, los boleros, qué espanto de corazón partío, mejor no decir nada, piensan algunos hombres, ¿para qué hay que decir nada?, ya se sabe, ¿no?, esas cosas se saben, es muy fastidioso que las mujeres te pregunten cien veces si las amas. ¿Me quieres?, preguntan, y a los cinco segundos vuelven a preguntar: ¿me quieres?; hace un mes que no me lo has dicho, hace dos siglos, quince minutos, hace una milésima de segundo que no me dices que me amas. Hay venas de caña de azúcar en las que flotan palabras de fiebre y venas que no tiene sabor ni temperatura y prefieren el silencio”

viernes, 28 de enero de 2005

Viernes literario

Emily Escudero es una personita de poco más de 3 kilos de pura belleza y encanto, según palabras de su orgulloso padre. Nació el domingo 23 de Enero de 2005, después de una curiosa historia: un hombre joven y guapo abandona su trabajo, su familia y su estabilidad para vivir la vida en la gran ciudad de Londres, trabaja, hace amig@s, se vuelve a España a empezar otra vida, no empieza, vienen a visitarlo y, finalmente, se vuelve a marchar, por un camino muy diferente, siguiendo a una inglesa maravillosa que conoció en un pub, con la que convive. Un día deciden casarse, me invitan a la boda y, 10 meses después de un viaje de españoles de mucha risa al condado de Oxford, nace Emily.

Ella tendrá la suerte de crecer en una Europa cada vez más cercana, con dos culturas que la sustentarán, con dos idiomas con los que aprenderá a decir papá y mamá y daddy and mummy (y, cuando crezca, algún que otro taco). Sé que su padre nunca olvidará de donde procede y le hará saber qué es lo que hay en su lejana tierra de sol. Por eso, el envío de esta semana está dedicado por entero a ella, para que empiecen a cantarle suaves nanas populares en español y viejas canciones infantiles, para que sus oídos comiencen a distinguir los sonidos de otra lengua distinta de la inglesa.

Sólo espero que les guste…

Arrorro

Arrorro mi niña,
arrorro mi amor,
arrorro pedazo,
de mi corazón.

Esta niña linda
que nació de día
quiere que la lleven
a la dulcería.

Duérmete mi niña,
duérmete mi amor,
duérmete pedazo
de mi corazón.

Esta niña linda,
que nació de noche,
quiere que la lleven
a pasear en coche.

Duérmete mi niña
duérmete mi amor
duérmete pedazo
de mi corazón.
(Popular)
_________________
Si mi niña se durmiera
la acostaría en la cuna
los piececitos al sol
la cabecita en la luna.
________________
Esta niña es más bonita
que los realitos de a ocho
más blanquita que la leche
y más tierna que un bizcocho.
________________
Mi niña duerme
Mi niña duerme
con los ojitos abiertos
como las liebres.
_________________
Aserrín, aserrán
las maderas de San Juan
piden queso, piden pan,
los de Roque alfandoque,
los de Rique alfeñique,
los de trique, triquitán.
Triqui, triqui, triqui, tran.
________________
Tengo una muñeca
vestida de azul,
con su camisita y su canesú.
La saqué a paseo,
se me constipó,
la tengo en la cama
con mucho dolor.
Esta mañanita
me ha dicho el doctor
que le dé jarabe
con un tenedor.
Dos y dos son cuatro
cuatro y dos son seis,
seis y dos son ocho
y ocho dieciséis
y ocho veinticuatro
y ocho treinta y dos.
¡Ánimas benditas ,
me arrodillo yo!