domingo, 26 de agosto de 2012

Convencionalismos socio-familiares

Cuando se entra en la dinámica de tener una pareja estable, la vida te cambia radicalmente. Ya no eres "tú", ahora hay un "nosotros" y con base en él bascula todo tu tiempo libre. Quitando de lado los momentos ceremoniales más destacados (bodas, navidades, etc.), los huecos que quedan libres para el disfrute del ocio se conjugan en común o, al menos, eso es lo que socialmente está bien visto.

Este verano, por circunstancias de trabajo, mi marido cogió sus vacaciones en julio y yo, en agosto. Arañando tiempo al calendario laboral, pude reservar tres días de semana que, unidos a un sábado y un domingo, nos permitieron un pequeño viaje a Portugal, para visitar a unos amigos suyos. El resto de mis vacaciones han sido disfrutadas en el mes de agosto, vacaciones que distribuí entre un curso de pintura con Nono García, una limpieza general de la casa y una semana de visita en el Puerto de Mazarrón con mis padres, mientras Mr. Osako se quedaba en el pueblo trabajando. 

 Quedaba reservado el sábado 25 de agosto para comer con los suegros y la familia política, para celebrar San Ginés. Tras una alegre llamada de un amigo, mi fin de semana se organizaba comiendo con los suegros y saliendo por la noche por Cartagena con unos grandes amigos, de los que no disfruto abiertamente desde mi boda y entre los que se encontraba una amiga que venía desde Madrid. 

Unas horas después de dicha organización, con unos ánimos estupendos y muchas ganas de pasarlo bien, Mr. Osako me comunica que su madre ha cambiado la celebración familiar de comida a cena. Ante mi se planteaba una disyuntiva muy jodida: ¿hago lo que quiero o lo que debo? ¿Me voy de farra con mis amigos o me quedo en el pueblo con la familia? 

Maldita sea la hora en que me mis padres me inculcaron el valor del deber por encima del sentido del disfrute. Porque, como es de recibo en una persona bien educada, me quedé en la celebración familiar, aunque mientras cenábamos, mi mente estaba de la mano de esos amigos con los que hace meses que no estoy.

A veces me gustaría ser más egoísta y disfrutar más de la vida, pero no sé. Me comprometí hace una semana que estaría en la celebración del santo de mi suegro y, como buena nuera, allí estuve. Pero al llegar a casa y acostarme a dormir, mi mente viajó 85 kilómetros y estuvo pendiente de un gin-tonic de divorciada (sin ser ella nada de eso), de una camisa de cuadros frente una pared cuadriculada, de un moreno resultón de camisa blanca, de unas gafapastas y una camisetica de rombos.

Chic@s del Sureste, os echo de menos.

P.D.: Cuando llegamos a la cena familiar, mi cuñada soltera no estaba, no había ido porque ella sí tenía otros planes con amigas y no los había cambiado.