martes, 19 de abril de 2005

Kilos de más

El jueves pasado comencé de nuevo mi lucha particular contra la báscula. Por suerte (o por desgracia) no lo hago por una cuestión de estética, sino de salud. No me importa estar gorda, sin embargo, mi espalda no opina igual.

Quien no ha estado gordo no sabe lo que supone mantener a raya las fuerzas para no caer en la tentación de la comida. Y por gordo, me refiero a pesar, al menos, 15 kilos más de tu peso ideal. Ahora mismo, yo supero mi peso ideal en 20 kilos.

Hace unas semanas, Buenafuente, en su programa, bromeaba acerca del “metabolismo”. El mío es un poco capullo, me hace tener la epidemia de los países desarrollados de s. XXI. Hasta los 6 años mi padre me llamaba “lagartija”, porque era alta y escuálida. De repente, empezó a cambiar mi metabolismo: me fui poniendo gordita y seguí creciendo el altura. Así, el día de mi primera comunión, era “la más desarrollada” (eufemismo que me encanta, os lo juro).

A los 10 años empecé a jugar a balonmano y mi crecimiento se estabilizó un poco; con 11 años ya medía 1’68 m (mi estatura actual) y pesaba unos 68 kilos (y ya me compraba la ropa en la sección adulta de Zara). Sin embargo, en cuanto dejé los entrenamientos diarios a los 16 años, empecé a engordar considerablemente.

De nada me ha servido hacer aeróbic, gimnasia de mantenimiento o natación, la grasa se ha ido acumulando en mis caderas, mi glúteos, mis muslos, mis brazos, mi abdomen… Y esos kilos de más han ido debilitando mi espalda poco a poco, hasta tal punto que recuerdo que me estudié Dº Penal I acostada en la cama, rota de dolor por el lumbago.

En aquel momento hice un intento de adelgazar con un endocrino y perdí unos 5 kilos, pero los recuperé al poco, a la vez que iba engordando cada vez más. La alarma llegó un día en el dolor fue tan grande que estuve 15 días acostada, casi sin poder moverme.

Decidí entonces ponerme en manos de un “especialista” y adelgazar en serio. Acudí a la consulta muy afamada en Murcia por sus buenos resultados y mediante una dieta disociada perdí 23 kilos en un año, logrando llegar a los 68 de mis 11 años. Durante todo ese tiempo no mezclé proteínas con hidratos de carbono y cualquier azúcar estaba terminantemente prohibido (fue horroroso no poder comer tarta el día de mi cumpleaños, hacía un mes que estaba a dieta y no me lo “permitía” el régimen). Adelgacé, sí, pero empezaron a peligrar mis niveles de potasio, de ácido úrico y de glucosa, que bajaron por los suelos. Además, recuerdo que no comí un solo plato de pasta, legumbres o arroz en todo un año.

Cuando llegué a los 68 kilos, tras mucho esfuerzo, me estanqué y dejé de adelgazar. Subía un kilo un mes, bajaba medio, volvía a subir 400 gramos, bajaba 800… Cuando les dije que lo dejaba, que no aguantaba más, que las dietas eran cada vez más estrictas (nada de leche, ni de pan, ni de carnes rojas…) y que, psicológicamente, no aguantaba, me dijeron que bueno, que ellos no me daban el alta, que era yo la que abandonaba el tratamiento.

Entonces comencé a tener de nuevo un ritmo normal de comidas, con la mezcla de proteínas e hidratos de carbono. Resultado: en 2 años he engordado 17 kilos.

Yo reconozco que tengo un problema con la comida. Me encanta comer. Y mi umbral de saciedad es muy alto, como mucho. Además, lo que más me gusta es lo que más me engorda: el chocolate, el bizcocho, los dulces de repostería, el pan, las patatas, los embutidos, el queso, las empanadillas… Y me cuesta mucho “controlarme”, no comer una onza de chocolate al terminar de comer o un trozo de bizcocho antes de dormir. Hay veces en las que no lo puedo hacer, mi mente es consciente de que lo que estoy haciendo está mal y no me beneficia, pero el otro lado de mi mente le contesta que le da igual, que seré más feliz y estaré satisfecha si repito con ese trozo de pizza o si me almuerzo una napolitana de chocolate. En esa lucha interna, pierde mi salud y ganga mi gula.

De nuevo, vuelvo a tener problemas de espalda y cada vez más a menudo tengo más dificultades para encontrar ropa de mi talla que no parezca de “vieja” (otro inconveniente de vivir en provincias). Lo de las tallas es un mundo aparta, da para escribir otro capítulo.

Así que creo que ha llegado la hora de volver a ponerse a dieta. Intentaré hacerlo por mi cuenta, privándome de las cosas que más me gustan. Sé que me volveré apática, triste, borde y sarcástica… pero estaré más delgada.

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