Esta es la última foto que tengo de mi abuela. Se llamaba Ascensión, pero todo el mundo la conocía como "la Roja", por ser hermana del Rojo.
Mi abuela se casó muy joven con mi abuelo y tuvieron 4 hijos: Paquita, Nicolás y Diego (gemelos) y mi madre. A los 34 años se quedó viuda, mi abuelo murió de cáncer de pulmón, y tuvo que sacar adelante a sus hijos con muchos esfuerzos y ayuda familiar. Este hecho le marchó mucho y se endureció frente a las adversidades. Sus hijas dejaron de estudiar a los 12 años para ponerse a trabajar y sus hijos sacaron carrera a base de becas.
Tuvo la suerte de ver casados a todos sus hijos, los primeros, los gemelos, que tuvieron una boda doble y sus primeros hijos casi en el mismo mes. La segunda boda fue un poco más polémica, mi padre "se llevó" a mi madre y se casaron deprisa y corriendo en misa de 8.30 y sin apenas invitados (a pesar de que mi madre no estaba embarazada ni nada por el estilo). La tercera boda fue aún más polémica, mi tía se casaba "con un casado" y la boda, prevista para el segundo fin de semana de Septiembre, se tuvo que aplazar una semana más porque a mi tío no le llegaban los papeles de la nulidad matrimonial a tiempo.
Mi abuela Roja, junto con mis abuelos paternos, se encargó de criarme hasta los 6 años. Mis padres trabajaban ambos y alguien se tenía que hacer cargo de mi. Recuerdo los días en que mi madre me enfundaba en un mono de felpa rojo y me llevaba, aún durmiendo, a casa de mi abuela, a la cuna que allí había y se iba a trabajar.
Mi abuela me contaba cuentos para poder comer, porque de pequeña era una asquerosa para las comidas y estaba muy delgada. Recuerdo a Caperucita Roja, a Los Siete Cabritillos y a dos cuentos con moralina religiosa que pretendían aleccionar a los niños que desobedecían a sus padres. Todo ello mezclando un yogur blanco con un petit suisse de fresa.
Cuando me fui haciendo mayor, fueron cambiando los cuidados. No me apetecía irme con mis padres a la playa el fin de semana, pues me quedaba con mi abuela, que me hacía unos asados estupendos y una tortilla de patatas exquisita. O me compraba empanadillas y dulces y me dejaba dormir hasta tarde. También estuve estudiando en su casa durante un par de años (sobre todo en COU y en primero de carrera) y fue ella la que me cuidó cuando nos intoxicamos la mitad de la familia con salmonelosis.
Con el paso de los años, la salud de mi abuela, siempre frágil, se fue deteriorando. Llegó un momento en que se hizo imposible que viviera sola y pasaba largas temporadas en mi casa y en casa de uno de mis tíos. Aún así, iba todos los días a su casa y al bingo en el centro de la tercera edad.
Pero los años la fueron marcando, así como su diabetes, su cardiopatía y sus problemas de tensión fueron haciendo mella, dejando de hacer todas estas cosas. También fue un duro golpe para ella la muerte en 1991 de uno de sus nietos, aquejado de hidrocefalia. Así como las peleas familiares por la empresa familiar de mi abuelo, en otros tiempos muy boyante. Tuvo que aguantar los desprecios de dos de sus sobrinas, que incluso llegaron a llamarla hija de puta. Si supieran que fue mi abuela la que refrenó una auditoría de la maldita empresa por no perjudicarlas, tendrían otra opinión.
Pero el hecho que hizo que mi abuela dijera que ya no quería vivir fue la muerte de su hija mayor. A pesar de que se le explicó por activa y por pasiva que ella no era la culpable de la diabetes de su hija, no podía alejar de su cabeza ese sentimiento. Tras la muerte de mi tía, pensamos que mi abuela también moriría, pero sobrevivió un año más.
Mi abuela fue una persona normal, sencilla, que vivió sin grandes lujos, dándonos lo mejor que tenía. Disfrutó de sus nietos y de un bisnieto, pero no podrá ver ni el nacimiento de su segundo bisnieto ni la boda de su nieta el año que viene.
Su última semana de vida fue algo dolorosa. No podía respirar, necesitaba tener el oxígeno a una presión de más de 12 atmósferas (el límite máximo que marcan las máquinas es de 15). El jueves fue sedada para que no sufriera. El viernes murió, rodeada de sus hijos, sus nueras y yerno y uno de mis primos.
El sábado la enterramos, rodeada de toda su familia y de tantos y tantos amigos que pasaron por el velatorio y que acudieron al entierro.
Quiero agradeceros de todo corazón las muestras de apoyo que he recibido. Al Sr. Skyzos, a Josuered (y a su madre), a Urobora (y su madre), a Skrbjop, a Nacho y María, a Fuensi, a Terciopelo Azul, a la Sra. Amparo (y a su madre), a Fusiforme, a Ramón el Santo y a su Santito, a la Caravaqueña, a la Jueza, a la Pastora de los Dragones, a los Totós, a AR del Desierto, al Dr. Shepperdsen y al Dr. Ramón (que me llamaron desde el Extranjero). También a Manifacero, a la Nena, a Chiringui, a Nils, a Oriateka y a Wiedersheimi, a Néstor Lisón y a Amaterasu y a todos los que, desde ATEVERMA, me han mandado mensajes. Seguro que me dejo a alguien por ahí, pero no es mi intención.
Mi abuela se casó muy joven con mi abuelo y tuvieron 4 hijos: Paquita, Nicolás y Diego (gemelos) y mi madre. A los 34 años se quedó viuda, mi abuelo murió de cáncer de pulmón, y tuvo que sacar adelante a sus hijos con muchos esfuerzos y ayuda familiar. Este hecho le marchó mucho y se endureció frente a las adversidades. Sus hijas dejaron de estudiar a los 12 años para ponerse a trabajar y sus hijos sacaron carrera a base de becas.
Tuvo la suerte de ver casados a todos sus hijos, los primeros, los gemelos, que tuvieron una boda doble y sus primeros hijos casi en el mismo mes. La segunda boda fue un poco más polémica, mi padre "se llevó" a mi madre y se casaron deprisa y corriendo en misa de 8.30 y sin apenas invitados (a pesar de que mi madre no estaba embarazada ni nada por el estilo). La tercera boda fue aún más polémica, mi tía se casaba "con un casado" y la boda, prevista para el segundo fin de semana de Septiembre, se tuvo que aplazar una semana más porque a mi tío no le llegaban los papeles de la nulidad matrimonial a tiempo.
Mi abuela Roja, junto con mis abuelos paternos, se encargó de criarme hasta los 6 años. Mis padres trabajaban ambos y alguien se tenía que hacer cargo de mi. Recuerdo los días en que mi madre me enfundaba en un mono de felpa rojo y me llevaba, aún durmiendo, a casa de mi abuela, a la cuna que allí había y se iba a trabajar.
Mi abuela me contaba cuentos para poder comer, porque de pequeña era una asquerosa para las comidas y estaba muy delgada. Recuerdo a Caperucita Roja, a Los Siete Cabritillos y a dos cuentos con moralina religiosa que pretendían aleccionar a los niños que desobedecían a sus padres. Todo ello mezclando un yogur blanco con un petit suisse de fresa.
Cuando me fui haciendo mayor, fueron cambiando los cuidados. No me apetecía irme con mis padres a la playa el fin de semana, pues me quedaba con mi abuela, que me hacía unos asados estupendos y una tortilla de patatas exquisita. O me compraba empanadillas y dulces y me dejaba dormir hasta tarde. También estuve estudiando en su casa durante un par de años (sobre todo en COU y en primero de carrera) y fue ella la que me cuidó cuando nos intoxicamos la mitad de la familia con salmonelosis.
Con el paso de los años, la salud de mi abuela, siempre frágil, se fue deteriorando. Llegó un momento en que se hizo imposible que viviera sola y pasaba largas temporadas en mi casa y en casa de uno de mis tíos. Aún así, iba todos los días a su casa y al bingo en el centro de la tercera edad.
Pero los años la fueron marcando, así como su diabetes, su cardiopatía y sus problemas de tensión fueron haciendo mella, dejando de hacer todas estas cosas. También fue un duro golpe para ella la muerte en 1991 de uno de sus nietos, aquejado de hidrocefalia. Así como las peleas familiares por la empresa familiar de mi abuelo, en otros tiempos muy boyante. Tuvo que aguantar los desprecios de dos de sus sobrinas, que incluso llegaron a llamarla hija de puta. Si supieran que fue mi abuela la que refrenó una auditoría de la maldita empresa por no perjudicarlas, tendrían otra opinión.
Pero el hecho que hizo que mi abuela dijera que ya no quería vivir fue la muerte de su hija mayor. A pesar de que se le explicó por activa y por pasiva que ella no era la culpable de la diabetes de su hija, no podía alejar de su cabeza ese sentimiento. Tras la muerte de mi tía, pensamos que mi abuela también moriría, pero sobrevivió un año más.
Mi abuela fue una persona normal, sencilla, que vivió sin grandes lujos, dándonos lo mejor que tenía. Disfrutó de sus nietos y de un bisnieto, pero no podrá ver ni el nacimiento de su segundo bisnieto ni la boda de su nieta el año que viene.
Su última semana de vida fue algo dolorosa. No podía respirar, necesitaba tener el oxígeno a una presión de más de 12 atmósferas (el límite máximo que marcan las máquinas es de 15). El jueves fue sedada para que no sufriera. El viernes murió, rodeada de sus hijos, sus nueras y yerno y uno de mis primos.
El sábado la enterramos, rodeada de toda su familia y de tantos y tantos amigos que pasaron por el velatorio y que acudieron al entierro.
Quiero agradeceros de todo corazón las muestras de apoyo que he recibido. Al Sr. Skyzos, a Josuered (y a su madre), a Urobora (y su madre), a Skrbjop, a Nacho y María, a Fuensi, a Terciopelo Azul, a la Sra. Amparo (y a su madre), a Fusiforme, a Ramón el Santo y a su Santito, a la Caravaqueña, a la Jueza, a la Pastora de los Dragones, a los Totós, a AR del Desierto, al Dr. Shepperdsen y al Dr. Ramón (que me llamaron desde el Extranjero). También a Manifacero, a la Nena, a Chiringui, a Nils, a Oriateka y a Wiedersheimi, a Néstor Lisón y a Amaterasu y a todos los que, desde ATEVERMA, me han mandado mensajes. Seguro que me dejo a alguien por ahí, pero no es mi intención.
10 comentarios:
En estos casos a uno sólo le sale decir lo siento mucho, y es así. Este pequeño homenaje que le has rendido relata una vida plena, haciendo frente a los momentos de angustia con tanta valentía. Cuando escucho estas vivencias, como las de tu abuela, me pregunto si es cierto eso de que las generaciones de antes estaban hechas de otra pasta... porque ahora no llegamos ni a la suela del zapato en la manera de afrontar la vida con un espíritu de superación, generosidad y bondad inigualable.
La cosa consiste en darle la vuelta a la tristeza y ke se convierta en orgullo de ser su nieta y de haberla conocido. Y tener muchas fuerzas para las Navidades. Un beso.
Mucha fuerza, paciencia para afrontarlo y recordar siempre con alegria los momentos felices. Y, por supuesto, llorar cuando te apetezca, que se queda una en la gloria después, como si se renovara por dentro. Un beso enorme.
Tras leer tu post creo que tu abuela ha tenido una vida intensa y plena. Qué más se puede pedir?
Abrazo
Admiro a las personas que hacen de su vida una entrega a los que le rodean. Un abrazo.
Un abrazo fuerte Meg.
Ruby
Lo siento mucho MEG.
Una vida muy completa
Nuestro más sentido pésame meg....Pedro e inma, un beso y ánimo
Publicar un comentario