viernes, 31 de octubre de 2008

La biblioteca (cuento de miedo)

Aquellas vacaciones, que se suponía que iban a ser un reencuentro con el amor, estaban siendo un auténtico desastre. La convivencia era insoportable y no hacían otra cosa que discutir y discutir, por cualquier tontería, por cualquier chorrada. Él quería disfrutar de la noche barcelonesa, ella quería disfrutar de los paseos por el interior, visitando ruinas de monasterios e iglesias antiguas, tomando notas del románico catalán para su tesis doctoral.

Después de mucho insistir, él accedió a pasar el día en Vic, donde ella quería visitar la Catedral de San Pere, que, aunque refundía varios estilos arquitectónicos poseía una interesante parte medieval muy bien conservada. Llegaron pronto a la localidad, pero se encontraron con que la Catedral estaría cerrada por obras hasta finales de Agosto. Entraron en un bar a almorzar longaniza y fuet de Vic, los embutidos tradicionales de la zona, y entablaron conversación con el dueño.

- Habíamos venido a ver la catedral, pero está cerrada- dijo ella.
- Sí, una estupidez haberse levantado tan temprano para nada- dijo él.
- Pues hay más cosas en el pueblo para ver- dijo el dueño del bar. Tenemos un centro de la ciudad con muchas casas medievales, otras iglesias importantes y un par de farolas hechas por Gaudí.
- Ya, pero es que estoy tomando notas para mi tesis sobre el románico catalán- dijo ella.
- Pues para eso lo mejor es que visiten Sant Feliú de Savassona y el Monasterio de Sant Pere de Casserres- dijo el dueño del bar.
- ¿Monasterio de Sant Pere de Casserres? ¿Pero se puede visitar ya?- dijo ella.
- ¿Eres tan tonta que ni siquiera sabes si se puede visitar o no?-dijo él.
- Terminaron las obras el mes pasado y se inauguró el último día de Julio- dijo el dueño del bar. Si quieren, les digo cómo llegara, aunque está lejos y no hay nada cerca, lo mejor es que les prepare un par de bocadillos de fuet y queso y una botella de vino del Priorato.

Excitada por la idea de ver uno de los pocos monasterios de la orden benedictina en Cataluña, no paraba de imaginar lo que podría hacer con las fotos y notas que tomara aquel día.

Cuando llegaron, no podía creerlo. Las autoridades habían hecho un gran trabajo de restauración, algo que había convertido el monasterio derruido por el paso del tiempo en una belleza románica dispuesta a ser visitada. Recorrieron todos los rincones: la iglesia de tres naves, las cocinas, el refectorio, el hospicio de peregrinos, los dormitorios de los monjes… y al llegar a la biblioteca se sintió sobrecogida de la paz que reinaba en aquel lugar. Ya no había libros, ni atriles, ni delicadas páginas de pergamino que pudieran albergar historias fantásticas o religiosas. Pero había paz. Y un letrero que decía en castellano antiguo tal que así:
“Para aquel que roba o pide prestado un libro y a su dueño no lo devuelve, que se le mude en sierpe la mano y lo desgarre. Que quede paralizado y condenados todos sus miembros. Que desfallezca de dolor, suplicando a gritos misericordia y que nada alivie sus sufrimientos hasta que perezca. Que los gusanos de los libros le roan las entrañas como lo hace el remordimiento que nunca cesa. Y cuando, finalmente, descienda al castigo eterno, que las llamas del infierno lo consuman para siempre…”

Aquella inscripción le encantaba, tomó nota de ella y mientras él no paraba de quejarse de que estaba cansado y quería irse. Apoyado en una pared, no paraba de toquetearla, pasando sus manos bastas por los ladrillos, buscando Dios sabe qué. Mientras ella terminaba de copiar, se oyó un ruido extraño a sus espaldas y se giró.

- ¿Qué has hecho? ¿Qué has tocado?- le preguntó ella.
- Un ladrillo se ha movido- dijo él.
- Pues colócalo en su sitio, no toques nada- le dijo ella.
- Anda que no, se oye hueco, voy a ver qué hay detrás- dijo él.
- No lo toques, nos llamarán la atención- le insistió ella.
- Cállate y no me ralles- le contestó él.

De pronto, ella vio como él tenía el ladrillo en una mano y la otra estaba escarbando en el interior del muro.

- Aquí hay algo- le dijo él.
- Por favor, no toques nada, no hagas nada, sólo coloca el libro otra vez en su sitio- suplicó ella.
- Es una bolsa de cuero- dijo él mientras la sacaba. Vámonos fuera a verla.

Con el corazón en un puño, ella lo siguió por los pasillos del monasterio y salieron fuera, sentándose en un muro bajo que rodeaba el lugar. El abrió los duros cordones de cuero de la bolsa y sacó un libro diminuto. Al abrirlo, pequeños trozos de pergamino se disolvieron y se hicieron polvo en sus manos, pero pudieron apreciar la belleza desvaída de las palabras latinas del libro, sus letras capitales formadas con motivos vegetales y enlazadas con el texto.

- ¿De qué es? ¿Qué pone?- dijo él.
- No lo sé, no entiendo la letra, está demasiado apretada y diminuta- dijo ella.
- Pues vaya una investigadora medieval que estás hecha- le espetó él.
- Yo investigo sobre arquitectura, no sobre lengua- le contestó ella. Además, esto es latín, quizá derivado del latín que estudiamos en el instituto, no lo termino de entender. Pero de todas maneras, hay que devolverlo, recuerda la inscripción que había en la biblioteca.
- Déjate de chorradas, nos vamos. Este libro vale una fortuna y lo pienso vender al mejor postor- dijo él.
- No, por favor, devolvámoslo a su hueco en la pared. Esto no me gusta, no está bien, no podemos robar libros de una biblioteca- dijo ella.
- ¿Pero qué biblioteca? Ahí dentro no queda nada, sólo lo han reconstruido y pretende sacar dinero a los turistas como tú y como yo, eso lo anuncio yo por Internet y ya verás como algo sacamos- dijo él.

Así que se marcharon del lugar, ella con la conciencia carcomida por el remordimiento de saber que estaban robando un libro. La vuelta en coche se hizo en silencio, escuchando apenas las emisoras que programaban canciones en catalán de grupos que no conocían.

Llegaron al hotel y ella quería cenar y acostarse, él prefería salir a tomar algo a la zona del puerto. Tras discutir qué hacer, ella se metió en la cama y él guardó el libro en el frigorífico, en la creencia de que el frío lo conservaría mejor, y se dispuso a tomarse esas copas que el cuerpo le pedía.

Ella se durmió con un sueño inquieto y cuando él llegó 5 horas más tarde…

Las camareras del hotel sintieron un olor nauseabundo cuando a las 12 del mediodía volvían de hacer la ronda de limpieza. A pesar del cartel de no molestar, llamaron al encargado de día y esperaron. El olor era muy fuerte, el miedo de saber qué encontrarían era mayor, pero ya habían tenido problemas con otros clientes y no querían escándalos, se decidió llamar a la policía y cuando éstos entraron… encontraron los cuerpos de la pareja en extraña postura sobre la cama, las manos convertidas en serpientes de bocas dentadas, los rostros desgarrados y las entrañas roídas por gusanos.

La maldición de la biblioteca se había cumplido.

6 comentarios:

Eli dijo...

Sin palabras.Me encantó!!!!

hm dijo...

Las maldiciones tienen un encanto muy especial...

Arena dijo...

¡Muy buena narración!
Saludos.

Rufus T. Firefly dijo...

Muy bueno el relato. Eso sí, hace que me sienta afortunado de las permisivas sanciones de la Biblioteca Regional de Murcia.

Anónimo dijo...

Esta bien! me recuerda a los guiones de Creepy, me encantaban.

Un inciso, la música en catalán prácticamente no existe,el catalán no es musical, te lo digo yo.

M. J. Verdú dijo...

Un placer aterrizar en tu blog