Si hay algo que me da mucha risa en este mundo de la Abogacía en el que trabajo son las apariencias o, más bien, las falsas apariencias.
Que la primera impresión es la cuenta, eso es algo innegable. Que la gente te cala por cómo te desenvuelvas es algo que es obvio. Y que nos fijamos mucho en cómo viste un abogado es lógico.
Esto hace que este mundo sea, como el banquero, de tíos trajeados en negro o azul marino, con camisas blancas o azul clara y corbatas que no suelen desentonar. De cara al verano, la cosa se relaja quizá un poco y aparecen camisas de manga corta de cuadritos (con colores discretos always) y algún pantalón tipo 5 bolsillos. Si eres mujer, la cosa se relaja mucho y en Murcia city se da mucho el caso de la abogada "Anita Obregón" (cuarentañeras que se piensan que se pueden seguir vistiendo como sus hijas de 20), modelo "madre Tousiana" (en el que no sólo los complementos te dicen lo que me gusta Tous, sino también mi ropa y mi maquillaje), modelo "sencilla, pero arreglá" (en el que creo que me incluyo yo, siempre y cuando no hagan unos calores de la muerte, que entonces saco las faldas hippies y las camisetas de algodó) y el tipo abogada "es lo primero que me he puesto" (que también hay alguna).
Sin embargo... toda esa vestimenta queda anulada por el uniforme que utiliza el abogado en los juzgados. Llevamos una bonita toga negra que llega a media pierna (de tergal las más burdas, de alpaca las más elaboradas) forradas exteriormente con una mini-capa de raso que se vuelve hacia delante y llega hasta el final de dicha indumentaria. Es decir, que da igual lo que lleves debajo, porque te pongas lo que te pongas, lo va a tapar la "batica fresca" que te vas a poner para hablar en el juicio.
Por eso resulta curioso que te encuentres con tipos como el que me tropecé el otro día en el hospital. Mi primo el mayor había sido papá por segunda vez y fui a visitar al retoño y a su madre. La mujer de mi primo dio a luz en un hospital público y compartió habitación con la mujer de un abogado. En el rato que estuve allí no paro de hablar de las bondades de su marido en el gremio y de lo bien que le iba y del Jaguar que se había comprado y de lo grande que era su despacho y de las pasantes que tenía y de los trajes de lana fría a medida que se compraba en Madrid y de las corbatas de Hermés que le encantan y de tantas y tantas tonterías que yo ya no sabía a dónde mirar.
Y en esto que llega el marido, que se había ido a casa a llevar a la suegra y a cambiarse de ropa, no lo conozco, pero le saludo y me presento. Me echa una mirada de esas de arriba a abajo que ponen en tela de juicio todo, pero a mi me resbala. Y llega la cena, ya sabéis, comida de hospital: un trozo de queso fresco tipo "burgos", un par de lonchas de jamón york bien gordas, ensalada, pan y fruta. La mujer del abogado tiene gases y no quiere comer, apenas mordisquea un poco el queso. Y en esto que su marido el abogado "ataca" la bandeja como si aquella comida fuera lo primero que va a comer en todo el día. Y come a tal velocidad que me hace replantearme si el Jaguar, los trajes de lana fría, la corbata de Hermés y todas las pasantes del mundo no son más que falsas apariencias, porque, en el fondo, este tío es un agarrao que se come la comida del hospital de su mujer por no gastarse 5 ó 6 euros en la cafetería y comerse un buen plato de comida o de cena (según mi primo la escena se repitió los dos días que compartieron habitación).
Y yo me marcho, orgullosa de llevar mi falda hippie "made in India", mi camiseta básica de algodón de 5 euros del Zara con el broche de ganchillo que me hizo Urobora, mis sandalias menorquinas y me voy a cenar con mi amiga R., a ponernos ciegas de ensaladilla de cangrejo, de caballitos y calamares a la romana, de tigres, de empanadillas de pisto, de montaditos de roquefort con pimientos, de cervecica fresca y de tarta casera de galletas y chocolate. Porque las apariencias engañan, yo no gasto ni Jaguar (ni coche propio de otra marca) ni trajes de lana fría elaborados a medida ni despacho descomunal ni pasantes, pero presumo de amistades y de poder tomarme con ellos lo que buenamente pueda y disfrutar de ello.
Porque yo lo valgo.
Que la primera impresión es la cuenta, eso es algo innegable. Que la gente te cala por cómo te desenvuelvas es algo que es obvio. Y que nos fijamos mucho en cómo viste un abogado es lógico.
Esto hace que este mundo sea, como el banquero, de tíos trajeados en negro o azul marino, con camisas blancas o azul clara y corbatas que no suelen desentonar. De cara al verano, la cosa se relaja quizá un poco y aparecen camisas de manga corta de cuadritos (con colores discretos always) y algún pantalón tipo 5 bolsillos. Si eres mujer, la cosa se relaja mucho y en Murcia city se da mucho el caso de la abogada "Anita Obregón" (cuarentañeras que se piensan que se pueden seguir vistiendo como sus hijas de 20), modelo "madre Tousiana" (en el que no sólo los complementos te dicen lo que me gusta Tous, sino también mi ropa y mi maquillaje), modelo "sencilla, pero arreglá" (en el que creo que me incluyo yo, siempre y cuando no hagan unos calores de la muerte, que entonces saco las faldas hippies y las camisetas de algodó) y el tipo abogada "es lo primero que me he puesto" (que también hay alguna).
Sin embargo... toda esa vestimenta queda anulada por el uniforme que utiliza el abogado en los juzgados. Llevamos una bonita toga negra que llega a media pierna (de tergal las más burdas, de alpaca las más elaboradas) forradas exteriormente con una mini-capa de raso que se vuelve hacia delante y llega hasta el final de dicha indumentaria. Es decir, que da igual lo que lleves debajo, porque te pongas lo que te pongas, lo va a tapar la "batica fresca" que te vas a poner para hablar en el juicio.
Por eso resulta curioso que te encuentres con tipos como el que me tropecé el otro día en el hospital. Mi primo el mayor había sido papá por segunda vez y fui a visitar al retoño y a su madre. La mujer de mi primo dio a luz en un hospital público y compartió habitación con la mujer de un abogado. En el rato que estuve allí no paro de hablar de las bondades de su marido en el gremio y de lo bien que le iba y del Jaguar que se había comprado y de lo grande que era su despacho y de las pasantes que tenía y de los trajes de lana fría a medida que se compraba en Madrid y de las corbatas de Hermés que le encantan y de tantas y tantas tonterías que yo ya no sabía a dónde mirar.
Y en esto que llega el marido, que se había ido a casa a llevar a la suegra y a cambiarse de ropa, no lo conozco, pero le saludo y me presento. Me echa una mirada de esas de arriba a abajo que ponen en tela de juicio todo, pero a mi me resbala. Y llega la cena, ya sabéis, comida de hospital: un trozo de queso fresco tipo "burgos", un par de lonchas de jamón york bien gordas, ensalada, pan y fruta. La mujer del abogado tiene gases y no quiere comer, apenas mordisquea un poco el queso. Y en esto que su marido el abogado "ataca" la bandeja como si aquella comida fuera lo primero que va a comer en todo el día. Y come a tal velocidad que me hace replantearme si el Jaguar, los trajes de lana fría, la corbata de Hermés y todas las pasantes del mundo no son más que falsas apariencias, porque, en el fondo, este tío es un agarrao que se come la comida del hospital de su mujer por no gastarse 5 ó 6 euros en la cafetería y comerse un buen plato de comida o de cena (según mi primo la escena se repitió los dos días que compartieron habitación).
Y yo me marcho, orgullosa de llevar mi falda hippie "made in India", mi camiseta básica de algodón de 5 euros del Zara con el broche de ganchillo que me hizo Urobora, mis sandalias menorquinas y me voy a cenar con mi amiga R., a ponernos ciegas de ensaladilla de cangrejo, de caballitos y calamares a la romana, de tigres, de empanadillas de pisto, de montaditos de roquefort con pimientos, de cervecica fresca y de tarta casera de galletas y chocolate. Porque las apariencias engañan, yo no gasto ni Jaguar (ni coche propio de otra marca) ni trajes de lana fría elaborados a medida ni despacho descomunal ni pasantes, pero presumo de amistades y de poder tomarme con ellos lo que buenamente pueda y disfrutar de ello.
Porque yo lo valgo.
1 comentario:
je je je, pero no lo sabes tu como....Lo veo cuando estoy en todas las convenciones esas llenas de hombre hermsianos que se pelean por la ensalada de pasta y el canapé de salmón malo. Cuanta tontería hay por le mundo mundial.
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