A punto de cumplirse 4 semanas desde que inicié mi andadura personal de convivir con mi santo esposo, hay algunos aspectos de la convivencia que deben ser resaltados.
Uno de tantos (entre la plancha, recoger la ropa y ordenar la casa) es el cocinar. Aunque tengo un moderno robot de cocina que, supuestamente, se programa y te guisa el solito, aún tenemos nuestras dudas sobre él y preferimos hacer la comida a la manera tradicional.
El primer día que me puse manos a la masa decidí cocinar lentejas (si quieres las tomas, si no las dejas). En casa de mi santa madre, la Marquesa de Coñohondo, se utiliza un tipo de lenteja, denominada pardina, pequeña y que no necesita remojo previo, muy buena y muy sabrosa. Mi señor esposo tenía en su despensa un hermoso bote de lentejas gordas y orondas que no eran de dicha denominación de origen. Decidí seguir, paso por paso, la receta de mi madre con aquellas lentejas. Resultado: no se cocieron las mismas, porque deberían haber estado en agua como unas 8 horas y no hubo quien se las comiera.
El segundo día que dije de cocinar lentejas fue el viernes pasado. Esta vez ya contaba con la materia prima esencial, la lenteja pardina y decidí poner la olla con to' lo suyo a funcionar. Pero en esto de que llega mi señor esposo antes de tiempo y la comida no está hecha. Esperamos hasta el tiempo justo para que la lenteja vaya quedando cocida para añadir las patatas y que se cuezan lo último. En sus ansias por comer pronto, mi Churri del Amor eleva el fuego lento de las lentejas al máximo. Y se va a ver a los canarios. De repente, un olorcillo desagradable se extiende por la casa y, cuando me acerco al fogón, las lentejas se han pegado.
Definitivamente, no servimos para cocinar lentejas.
Uno de tantos (entre la plancha, recoger la ropa y ordenar la casa) es el cocinar. Aunque tengo un moderno robot de cocina que, supuestamente, se programa y te guisa el solito, aún tenemos nuestras dudas sobre él y preferimos hacer la comida a la manera tradicional.
El primer día que me puse manos a la masa decidí cocinar lentejas (si quieres las tomas, si no las dejas). En casa de mi santa madre, la Marquesa de Coñohondo, se utiliza un tipo de lenteja, denominada pardina, pequeña y que no necesita remojo previo, muy buena y muy sabrosa. Mi señor esposo tenía en su despensa un hermoso bote de lentejas gordas y orondas que no eran de dicha denominación de origen. Decidí seguir, paso por paso, la receta de mi madre con aquellas lentejas. Resultado: no se cocieron las mismas, porque deberían haber estado en agua como unas 8 horas y no hubo quien se las comiera.
El segundo día que dije de cocinar lentejas fue el viernes pasado. Esta vez ya contaba con la materia prima esencial, la lenteja pardina y decidí poner la olla con to' lo suyo a funcionar. Pero en esto de que llega mi señor esposo antes de tiempo y la comida no está hecha. Esperamos hasta el tiempo justo para que la lenteja vaya quedando cocida para añadir las patatas y que se cuezan lo último. En sus ansias por comer pronto, mi Churri del Amor eleva el fuego lento de las lentejas al máximo. Y se va a ver a los canarios. De repente, un olorcillo desagradable se extiende por la casa y, cuando me acerco al fogón, las lentejas se han pegado.
Definitivamente, no servimos para cocinar lentejas.